El discurso que exhorta a las personas a ser auténticas está sobreexpuesto en los medios de información y comunicación, en boca de sus liderazgos de opinión y de esa categoría denominada influencer.
Estandartes de este discurso son empresarios globales y glocales, políticos de todo nivel, autonombrados intelectuales, liderazgos de sectas y religiones y por supuesto los productos humanos del espectáculo nacional e internacional. Según las narrativas de esos liderazgos la autenticidad les dio su éxito, que casi siempre significa dinero o poder.
El problema radica en que la autenticidad es un valor que exacerba el individualismo, por lo cual debemos ser analíticos con quienes enarbolan este discurso, diferenciando entre los llamados a la autenticidad y los que incitan al individualismo.
Desde la filosofía de la antigua Grecia hasta Charles Taylor en nuestro siglo el tema está ahí. En las décadas que van del siglo XXI la disertación de la autenticidad está masificada y mediatizada por una estructura ideológica y comercial que vende de todo para que logres tu autenticidad.
La/el auténtico se muestra tal cual y a partir de ello garantiza su felicidad. Es auténtico porque parece lo que es. Pero ser auténtico no es proceso sencillo: implica un largo y profundo ejercicio de autoconocimiento que obliga a la aceptación y convivencia con esos claroscuros de nuestro ser.
Dicha esencia implica conciencia plena de derechos y obligaciones adquiridas, responsabilidad ante aquello que elegimos ser y asunción de los efectos de eso que se decide.
¿Todo discurso que te vende algo abstracto o concreto para ser totalmente auténtica lo es realmente o está explotando tu deseo de ser auténtica?
El derecho a la autenticidad se complica y hasta se invalida cuando reconocemos que somos seres sociales que funcionamos en un entorno para satisfacer nuestras necesidades.
Las instituciones de control social (familia, grupos religiosos, escuelas, entre otros) coartan el derecho a la autenticidad, pero si justificas tu autenticidad pasando por encima de los derechos de las demás personas entonces no eres auténtico sino individualista. Tú por encima del resto.
El individualista es el producto más acabado del capitalismo salvaje. La venta del discurso individualista disfrazado de autenticidad tiene su anclaje reciente en la racionalidad neoliberal (Brown, W., El pueblo sin atributos. 2015) y sus plataformas de comunicación corporativa. La continua repetición del llamado a la autenticidad lejos de ayudar a la comprensión de su doble filo da rienda suelta al individualismo.
Muchos lo creen y están en busca de su autenticidad. Varios proclaman ser auténticos, aunque auténticamente no podemos comprobarlo. Otros viven en la queja de las barreras a su autenticidad. Mientras tanto se sobrevende la palabra autenticidad hasta dejarla vacía.
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